4.- El evangelismo personal

Esta es la forma más eficaz de evangelización, ya que puede ser llevada a cabo, no por una sola persona, el pastor, a una hora y lugar determinado, sino por todos los miembros de la Iglesia en muchos momentos y circunstancias, y a ella nos hemos referido de modo particular en la introducción. Este método puede ser practicado yendo de casa en casa, pero también tratando de entrar en conversación con personas en parques, vehículos de transporte público, o cualquier lugar donde se nota la presencia de gentes ociosas, especialmente en aquellas ciudades pequeñas donde la gente suele salir a la calle en frente de sus casas, en días de fiesta o en tiempo de calor.

Este último método tiene la ventaja de que a las personas desocupadas, se les evita la molestia de tener que ir a abrir la puerta, que siempre significa una contrariedad si la visita no es de un conocido.

El uso de folletos

Para ambas formas de labor evangelizante, es elemento de primer orden el folleto, breve y económico, que sirve para iniciar la conversación. Es del todo desaconsejable –por cómodo que sea– echar folletos en buzones y debajo de puertas, aun cuando se haya tenido la buena precaución de poner en ellos el sello con la dirección de algún lugar de culto, pues sin el contacto personal es muy raro que el folleto –por bueno que sea– llegue a despertar suficiente interés para que una persona se decida a acudir a un local de culto desconocido. Siempre es mejor que nada, pero sólo puede permitírselo personas que cuenten con recursos propios para comprar los folletos, pues tiene muy poco mérito repartir a manos llenas lo que nada cuesta. Sólo es perdonable este sistema a personas muy celosas para la extensión del Evangelio, pero muy tímidas e incapaces de iniciar una conversación con personas ajenas; y la que tenga este carácter tiene el deber de esforzarse para saber dar un testimonio personal hasta que esté capacitado para poder hacerlo.

El folleto debe servir en todos los casos como un medio para introducir una conversación y contacto personal. Resulta mucho más aprovechado el coste del folleto si antes de entregarlo se pregunta a la persona:

—¿Estaría usted dispuesto a leer este folleto si me permite regalárselo?

Lo que ocurrirá en un 95 % de los casos es que la persona preguntará: «¿Qué es esto?, o «¿De qué trata? ». Ello dará ocasión a una respuesta de testimonio, que puede ser dada en estos términos:

•«Es un folleto evangélico que trata de nuestro porvenir eterno.»
•«Es un folleto evangélico que trata de lo que va a ocurrirnos cuando muramos.»
•«Es un folleto evangélico que trata de la salvación de nuestra alma.»
•«Es un folleto evangélico que trata del amor de Dios.»
•«Es un folleto evangélico que trata de Jesucristo y sus promesas para el más allá de la muerte.»
•«Es un folleto evangélico que trata de los problemas de las familias y de los hijos.»
•«Es un folleto evangélico que nos enseña cómo vivir en paz y amor con nuestros prójimos.»

Estas respuestas son adecuadas y aplicables a casi cualquier clase de folleto; o puede también responderse en una frase breve que resuma el contenido del folleto, sobre todo si se trata de los que llevan una breve ilustración anecdótica.

No se limite a decir «es un folleto evangélico», como si usted fuera un repartidor a sueldo, no interesado en el contenido del folleto, diga algo más que dé ocasión a alguna réplica, y quizá a una conversación, con la persona a quien usted ofrezca el folleto.

Es muy conveniente ir siempre provisto de algunos trataditos evangélicos para entregar a las personas con quienes entramos en relación y han respondido amablemente a cualquier pregunta que hemos tenido que hacerles. Tales incidencias son oportunidades que no debemos dejar escapar, pues el haber tenido antes conversación sobre cualquier tema o cuestión secular nos ofrece una introducción para el obsequio, y una posible conversación ulterior sobre temas espirituales.

Representa una manifestación de aprecio por el pequeño favor que nos han hecho contestando a nuestra pregunta sobre la dirección de una calle, o sobre cualquier otro tema. Las personas recordarán mejor el motivo de nuestro interés. No parece tanto un acto de propaganda como un reconocimiento a su amabilidad.

Una estratagema eficaz

Una de mis tácticas, siempre que viajaba en tren por España visitando iglesias, era sacar de mi maletín varios folletos y dejarlos sobre el asiento del compartimento, si no se hallaba totalmente ocupado, y ponerme a leer yo mismo con mucha atención uno de ellos, como si lo desconociera, aunque la mayor parte los había escrito yo mismo. Y cuando me parecía que las miradas de los circunstantes indicaban la pregunta «¿Qué contendrán estos folletos que este señor los está leyendo con tanta afición?» levantaba la mirada y ofrecía un ejemplar a cada persona del compartimento.

Casi siempre conseguía ver que algunos –o por lo menos un viajero– lo leía hasta el final, lo cual me
permitía entablar, al fin, una conversación en voz alta con algunas preguntas: ¿Qué le ha parecido? ¿Le ha gustado? o ¿No es bien cierto lo que dice? ¿No cree que vale la pena hacernos las reflexiones que se encuentran en este folleto? Muchas veces la pregunta provocaba un diálogo o discusión en la que tomaban parte varios pasajeros. Otras veces me respondían con monosílabos, pero raramente. Casi siempre originaba una amplia oportunidad de testimonio.

Prudencia sin timidez

En ocasiones, personas religiosas católicas daban su asentimiento y facilitaban una conversación fraternal sobre temas religiosos. En esos casos procuraba enterarme de la estación en que debía bajar la persona o personas católicas; y no en seguida, para evitar que se cerraran y cortaran la conversación con un protestante (lo más común en aquellos tiempos, sobre todo si se trataba de alguien que vestía hábitos), les declaraba mi condición de pastor evangélico. Ya que habían manifestado su complacencia entusiasta ante las afirmaciones evangélicas que yo había hecho, deseaba que antes de bajar supiesen de quién procedía el lenguaje que ellos habían aprobado.

Otras veces la persona se adelantaba a decir: «Me parece que usted es un protestante», lo cual me permitía entrar en el terreno del diálogo controversial expresando con toda cortesía, pero con claridad y firmeza, nuestros puntos de disidencia del dogma católico.

De haber principiado con la controversia me habría sido imposible expresar las grandes verdades de la Redención por Cristo, en las cuales convenimos los católicos y los cristianos evangélicos, ni dar a todos los presentes la impresión favorable a nuestra fe que el método de prudencia hacía posible. Este método de prudencia, multiplicado centenares de veces por pastores y creyentes responsables, durante un siglo, ha contribuido a formar el cambio de opinión que hoy reina en España entre la mayoría de católicos en cuanto a los antes odiados protestantes. Aunque a ello han
contribuido también otros dos factores: las emisiones evangélicas por radio y la nueva táctica del Vaticano en cuanto a los disidentes, derivada del Concilio Vaticano II.

Lo esencial de nuestro mensaje es presentar a Cristo como Salvador completo y suficiente de los pecadores; combatir los errores de otra iglesia es accesorio.

Si el interlocutor dirige la conversación hacia algún punto de conflicto, o pregunta nuestra opinión acerca de un tema concreto, hay que responderle con toda verdad y valentía; pero la seguridad de la salvación por Cristo es el tema esencial y principal y el que mejor impresión produce en los catolicorromanos fervorosos; a la vez que despierta una inquietante pregunta en el corazón de los indiferentes, por leve que sea el rescoldo de fe que haya quedado en sus corazones de su educación catoli-corromana.

¿Qué hacer con los que rehúsan el folleto o lo tiran al suelo?

Este último caso raramente ocurrirá si nos hemos tomado la sabia precaución de interrogar al receptor antes de soltar el folleto de la mano. Pero en el caso de que eso ocurra a nuestra vista es necesario inclinarse y recoger el folleto del suelo, pues todos los reglamentos municipales ordenan el mantener las calles limpias, y el distribuidor de folletos no tiene que permitir jamás que los agentes de la autoridad puedan reprenderle por tal motivo. Además de demostrar, con ello, su aprecio por el folleto, que puede ser recibido por otra persona.

La prosecución, «follow up», de los contactos personales

Una precaución importante es preguntar a quien manifiesta algún interés especial por el Evangelio su dirección personal, adelantándonos a ofrecerle nuestra tarjeta, y si éste la da tan sólo de palabra procurar recordarla y anotarla, a fin de continuar la labor evangelística por correspondencia. Cada cristiano debería ser un agente evangelizador y, además de dar testimonios espontáneos, continuar enviando, al menos cada tres meses, un nuevo folleto a las personas que se han mostrado receptivas y simpáticas. Si alguna de ellas contesta, procede enviarle una carta personal con las señas de la iglesia más próxima, y los datos oportunos referentes a estaciones de radio, a su alcance, que emiten programas evangélicos.

Posiblemente algún lector dirá que un tal sistema requiere mucho trabajo y atención. Pero cualquiera que lo inicie se dará cuenta de que no es insoportable, ya que por desgracia no suelen ser muchas las personas a quienes hablamos del Evangelio que se interesen hasta el punto de estar dispuestos a darnos su dirección, y mucho menos las que contestan haciendo preguntas.

El sembrar mucho, pero no continuar el «follow-up», siempre que es posible, ¿no es hacer, exactamente, lo que se dice en Job 39:13-17, o sea, demostrar tan poca inteligencia y cuidado espiritual como el avestruz que pone sus huevos en el desierto y luego los olvida? Dejamos la continuación de la obra al poder y atención del Espíritu Santo; decimos que él es poderoso para bendecir el pequeño esfuerzo que hemos hecho al hablar de Cristo a una persona; todo ello está bien si regamos esta siembra con oración, pero aun la oración es un método demasiado fácil si no hacemos nada más para corroborar nuestro testimonio de un ınodo continuado. ¡Vale la pena ahorrar un poco de tiempo del que perdemos en fruslerías para dedicarlo a un servicio tan importante!

por Samuel Vila

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