Por Loraine Boettner
La confesión de Fe de Westminster, en la cual se exponen las doctrinas de las iglesias presbiterianas y de las reformadas, y que es la más perfecta expresión de la fe reformada, dice: “Dios desde la eternidad, por el santo y sabio consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal manera que Dios no es ni el autor del pecado, ni hace violencia a la libertad de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece”. Y más adelante dice, “aunque Dios sabe todo lo que puede acontecer en toda clase de condición o contingencia que se pueda suponer, sin embargo, nada decretó porque lo proveía como por venir o como cosa que habría de suceder en condiciones dadas”.
La doctrina de la predestinación presenta el propósito de Dios como absoluto e incondicional, independiente de toda creación y originándose sólo en el eterno consejo de su voluntad. Presenta a Dios como el Rey exaltado y poderoso que ha determinado el curso de la naturaleza y que dirige el curso de la historia hasta en sus más mínimos detalles. El decreto divino es eterno, inmutable, santo, sabio y soberano. Abarca no sólo el curso del mundo físico sino también todo evento de la historia humana desde la creación hasta el juicio, e incluye toda actividad de los santos y ángeles en el cielo y de los réprobos y demonios en el infierno. Abarca la extensión completa de la existencia de todas las criaturas a través del tiempo y la eternidad, e incluye a la vez todo lo que fue o será en sus causas, condiciones, sucesiones, y relaciones. Todo lo que existe fuera de Dios mismo es parte de este comprensivo decreto, ya que la existencia de todos los seres ha dependido y depende del poder creador y sustentador de Dios. Dicho decreto provee, además, la dirección providencial bajo la cual todas las cosas se apresuran hacia el fin determinado por Dios; siendo la meta, “Un evento divino lejano, hacia el cual toda la creación se mueve”.
Dado que la creación finita en toda su extensión existe como un medio a través del cual Dios manifiesta su gloria, y ya que depende de Él en lo absoluto, jamás pudiera originar en si misma condición alguna que limitara o frustrara la manifestación de dicha gloria. Desde la eternidad Dios se propuso hacer precisamente lo que está haciendo. El es el gobernador soberano del universo y “el que hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). El universo por ser creación de Dios y por depender de Dios continuamente, está sujeto a su control en todas sus partes y en todo tiempo, y nada puede acontecer contrario a lo que Dios expresamente decreta o permite. Por consiguiente, el propósito eterno no es sino un acto de predestinación o preordinación soberana, no condicionado por ningún hecho o cambio en el tiempo; el propósito eterno es además la base de la presciencia divina de todos los eventos futuros, no condicionado por dicha presciencia o por cualquier cosa originada por los eventos mismos.
Los teólogos reformados aplicaron de manera lógica y consistente a las esferas de la creación y de la providencia los grandes principios que más tarde fueron expuestos en las normas de Westminster. Dichos teólogos vieron la mano de Dios en todo evento de la historia humana y en todas las operaciones de la naturaleza física, de modo que concibieron al mundo como la realización en el tiempo del ideal eterno. Para ellos el mundo en su totalidad así como en todas sus partes, movimientos, y cambios fue unido por la actividad gobernante, penetrante, y armoniosa de la voluntad divina, y el propósito era manifestar la gloria de Dios. Aunque su concepto fue el de un plan divino para el curso entero de la historia, su interés especial fue la relación entre este plan y la salvación del hombre. Calvino, el más brillante sistemático teólogo de la Reforma, se expresó de esta manera: “Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios, por el que ha determinado lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque El no los crea a todos con el mismo destino, sino que ordena a unos para la vida eterna, y a otros para la condenación perpetua. Por tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a vida o a muerte”.
Que Lutero fue tan fervoroso como Calvino en lo concerniente a la absoluta predestinación se deja ver en su comentario del libro de Romanos donde escribe: “Todas las cosas, sean lo que fueren, proceden y dependen de la determinación divina; mediante la cual fue preordinado quién habría de recibir la palabra de vida, y quién habría de rechazarla; quién habría de ser libertado de sus pecados, y quién habría de ser endurecido en ellos; quién habría de ser justificado y quién habría de ser condenado”. Melanchton, su amigo íntimo y colega, dice: “Todas las cosas acontecen conforme a la predestinación divina; no sólo nuestras obras externas, sino aun nuestros pensamientos”; añade, “No existe tal cosa como la suerte, ni la fortuna; y no hay manera más fácil de adquirir el temor de Dios, y llegar a depositar toda nuestra confianza en El, que llegando a conocer a fondo la doctrina de la predestinación”.
“El orden es la primera ley celestial”. Desde el punto de vista divino hay progreso y orden ininterrumpido desde el comienzo de la creación hasta el fin del mundo y la introducción del reino de los cielos en toda su gloria. El propósito y plan divino no es interrumpido ni frustrado en ninguna parte; aquello que en muchos casos nos parece ser una derrota, lo es sólo en apariencia, ya que nuestra naturaleza finita e imperfecta no nos permite ver todas las partes en el total ni el total en todas sus partes. Si de un solo vistazo pudiéramos vislumbrar “el gran espectáculo del mundo natural y el complejo drama de la historia humana”, lograríamos ver al mundo como una armoniosa unidad manifestando las gloriosas perfecciones de Dios.
“Aunque el mundo parezca moverse al azar”, dice Bishop, “y las circunstancias parezcan estar amontonadas de manera confusa y desordenada, no obstante, Dios ve y conoce las relaciones entre todas las causas y sus efectos , y las dirige de manera tal que hace de todas las aparentes inconsistencias e incompatibilidades una perfecta armonía. Es sumamente necesario que tengamos nuestro corazón bien fundamentado en la creencia firme y estable de esta verdad para que, suceda lo que suceda, sea bueno o malo, podamos alzar nuestros ojos al Dador de todo, a Dios. En lo que a Dios concierne, nada hay en el mundo que suceda por casualidad no contingencia. Si un amo mandare a un siervo a cierto lugar y le ordenare permanecer allí hasta cierto tiempo, y poco tiempo después mandare a otro siervo al mismo lugar, el encuentro de éstos sería casual respecto a ellos mismos, pero ordenado y previsto por el amo que las envió. Para nosotros todas las circunstancias suceden inesperadamente, pero no así para con Dios. El prevee y establece todas las eventualidades”
El salmista exclamó, “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Y el escritor de Eclesiastés dice, “Todo lo hizo hermoso en su tiempo”. En la visión que tuvo el profeta Isaías, los serafines cantaban, “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. Al ser contemplado desde el punto de vista divino, todo evento en el curso de los acontecimientos humano, en todas las edades y en todas las naciones, tiene su lugar correspondiente en el desarrollo del plan eterno, no importa cuán insignificante parezca. Cada suceso está íntimamente relacionado con causas que le preceden y ejerce una influencia cada vez más amplia a través de sus efectos, relacionándose así con todo el sistema de cosas, y ocupando su parte correspondiente en el mantenimiento del equilibrio perfecto de este mundo. Muchos ejemplos pudieran traerse a colación para demostrar que eventos de gran importancia han dependido muchas veces de lo que en otro momento parecían ser los acontecimientos más fortuitos y triviales. La interrelación y conexión que existe entre todos los acontecimientos más fortuitos y triviales. La interrelación y conexión que existe entre todos los acontecimientos es tal que si uno fuese omitido o modificado, todos los demás quedarían o modificados o anulados. De aquí la certeza de que el gobierno divino descansa en la preordinación de Dios y que abarca todos los eventos, grandes y pequeños; aunque en realidad ningún evento es pequeño. Cada evento tiene su lugar preciso en el plan divino, y algunos son mayores que otros sólo relativamente hablando. El curso de la historia, aunque muy complejo, es, sin embargo, una unidad a los ojos de Dios. Esta verdad, junto a su razón de ser, es resumida de manera muy bella en el Catecismo menor de Westminster: “Los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su voluntad, en virtud del cual ha preordinado para su propia gloria todo lo que acontece”.
El Dr. Abraham Kuyper, quien es recocido como uno de los teólogos calvinistas holandeses más destacados, nos ha dejado un válido pensamiento en el siguiente párrafo: “la determinación de la existencia de todas las cosas, esto es, lo que había de ser camelia o margarita, ruiseñor o cuervo, oveja o cerdo, y de igual manera lo que a nosotros como seres humanos respecta, la determinación de nuestras personas, si habíamos de nacer varón o hembra, rico o pobre, torpe o inteligente, blanco o negro, o aun como Abel y Caín, es la más sorprendente predestinación que se pueda concebir en el cielo o en la tierra; y la vemos ocurriendo ante nuestros ojos cada día, ya que nuestra personalidad misma está sujeta a ella, nuestra existencia, nuestra misma naturaleza, nuestra posición en la vida, dependen por completo de ella. El calvinista atribuye esta predestinación abarcadora, no al hombre, y mucho menos a una ciega fuerza natural, sino al Dios todopoderoso, creador soberano y dueño del cielo y de la tierra; y es en la figura del alfarero y el barro que las Escrituras nos presentan desde el tiempo de los profetas esta elección total. Elección en la creación, elección en la providencia, y sí elección para vida eterna; elección en la esfera de la gracia, así como en la esfera de la naturaleza”.
No podemos apreciar de manera adecuada este orden universal hasta que lo hayamos visto como un poderoso sistema mediante el cual Dios lleva a cabo sus planes. El teísmo claro y consistente de Calvino le proporcionó un sentido agudo de la infinita majestad del Todopoderoso en cuyas manos yacen todas las cosas, convirtiéndole así en firme defensor de la doctrina de la predestinación. En esta doctrina del propósito incondicional y eterno del omnisciente y omnipotente Dios, halló el plan de la historia de la caída y de la redención de la raza humana. De manera intrépida, pero con reverencia, dio el paso que le colocó en el mismo borde del precipicio donde todo el conocimiento se pierde en misterio y adoración.
La doctrina reformada, pues, no ofrece un Dios glorioso quien es el rey soberano del universo. “Su gran principio”, dice Bayne, “es la contemplación del universo de Dios revelado en Cristo. En todo lugar, en todo tiempo, de eternidad a eternidad, el calvinismo ve a Dios”. A nuestra era, con su énfasis en la democracia, no le agrada esta idea, y quizá a ninguna otra era le agradó menos. La tendencia hoy es exaltar al hombre y darle a Dios sólo una parte muy limitada en los asuntos del mundo. El Dr. A. A. Hodge ha dicho, “La nueva teología”, considerando limitada la antigua, desecha la preordinación de Jehová como mera invención escolástica y pasada de moda, desacreditada por la cultura avanzada de hoy. Esta no es la primera vez que los búhos, confundiendo la sombra de un eclipse pasajero con su noche natural, se han anticipado a gritar a las águilas, convencidos de que lo que es invisible para ellos, no puede existir”.
Este es, pues, en términos generales, el concepto de a predestinación como ha sido sostenido por los grandes teólogos de las iglesias Presbiterianas y las Reformadas.
La preordinación es enseñada de manera explícita en las Escrituras:
Hechos 4:27, 28: Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quién ungiste, Herodes, Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.
Efesios 1:5: En amor habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.
Efesios 1:11: En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad.
Romanos 8:29, 30: Porqué a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó a éstos también glorificó.
1 Corintios 2:7: Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria.
Hechos 2:23: A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole.
Hechos 13:48: Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.
Efesios 2:10: Porque somos hechura suya, creado en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Romanos 9:23: Y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria.
Salmo 139:16: Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas.
Referencia:
La Predestinación, Loraine Boettner, pag. 11-16, LIBROS DESAFIO, 1994
La doctrina de la predestinación presenta el propósito de Dios como absoluto e incondicional, independiente de toda creación y originándose sólo en el eterno consejo de su voluntad. Presenta a Dios como el Rey exaltado y poderoso que ha determinado el curso de la naturaleza y que dirige el curso de la historia hasta en sus más mínimos detalles. El decreto divino es eterno, inmutable, santo, sabio y soberano. Abarca no sólo el curso del mundo físico sino también todo evento de la historia humana desde la creación hasta el juicio, e incluye toda actividad de los santos y ángeles en el cielo y de los réprobos y demonios en el infierno. Abarca la extensión completa de la existencia de todas las criaturas a través del tiempo y la eternidad, e incluye a la vez todo lo que fue o será en sus causas, condiciones, sucesiones, y relaciones. Todo lo que existe fuera de Dios mismo es parte de este comprensivo decreto, ya que la existencia de todos los seres ha dependido y depende del poder creador y sustentador de Dios. Dicho decreto provee, además, la dirección providencial bajo la cual todas las cosas se apresuran hacia el fin determinado por Dios; siendo la meta, “Un evento divino lejano, hacia el cual toda la creación se mueve”.
Dado que la creación finita en toda su extensión existe como un medio a través del cual Dios manifiesta su gloria, y ya que depende de Él en lo absoluto, jamás pudiera originar en si misma condición alguna que limitara o frustrara la manifestación de dicha gloria. Desde la eternidad Dios se propuso hacer precisamente lo que está haciendo. El es el gobernador soberano del universo y “el que hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). El universo por ser creación de Dios y por depender de Dios continuamente, está sujeto a su control en todas sus partes y en todo tiempo, y nada puede acontecer contrario a lo que Dios expresamente decreta o permite. Por consiguiente, el propósito eterno no es sino un acto de predestinación o preordinación soberana, no condicionado por ningún hecho o cambio en el tiempo; el propósito eterno es además la base de la presciencia divina de todos los eventos futuros, no condicionado por dicha presciencia o por cualquier cosa originada por los eventos mismos.
Los teólogos reformados aplicaron de manera lógica y consistente a las esferas de la creación y de la providencia los grandes principios que más tarde fueron expuestos en las normas de Westminster. Dichos teólogos vieron la mano de Dios en todo evento de la historia humana y en todas las operaciones de la naturaleza física, de modo que concibieron al mundo como la realización en el tiempo del ideal eterno. Para ellos el mundo en su totalidad así como en todas sus partes, movimientos, y cambios fue unido por la actividad gobernante, penetrante, y armoniosa de la voluntad divina, y el propósito era manifestar la gloria de Dios. Aunque su concepto fue el de un plan divino para el curso entero de la historia, su interés especial fue la relación entre este plan y la salvación del hombre. Calvino, el más brillante sistemático teólogo de la Reforma, se expresó de esta manera: “Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios, por el que ha determinado lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque El no los crea a todos con el mismo destino, sino que ordena a unos para la vida eterna, y a otros para la condenación perpetua. Por tanto, según el fin para el cual el hombre es creado, decimos que está predestinado a vida o a muerte”.
Que Lutero fue tan fervoroso como Calvino en lo concerniente a la absoluta predestinación se deja ver en su comentario del libro de Romanos donde escribe: “Todas las cosas, sean lo que fueren, proceden y dependen de la determinación divina; mediante la cual fue preordinado quién habría de recibir la palabra de vida, y quién habría de rechazarla; quién habría de ser libertado de sus pecados, y quién habría de ser endurecido en ellos; quién habría de ser justificado y quién habría de ser condenado”. Melanchton, su amigo íntimo y colega, dice: “Todas las cosas acontecen conforme a la predestinación divina; no sólo nuestras obras externas, sino aun nuestros pensamientos”; añade, “No existe tal cosa como la suerte, ni la fortuna; y no hay manera más fácil de adquirir el temor de Dios, y llegar a depositar toda nuestra confianza en El, que llegando a conocer a fondo la doctrina de la predestinación”.
“El orden es la primera ley celestial”. Desde el punto de vista divino hay progreso y orden ininterrumpido desde el comienzo de la creación hasta el fin del mundo y la introducción del reino de los cielos en toda su gloria. El propósito y plan divino no es interrumpido ni frustrado en ninguna parte; aquello que en muchos casos nos parece ser una derrota, lo es sólo en apariencia, ya que nuestra naturaleza finita e imperfecta no nos permite ver todas las partes en el total ni el total en todas sus partes. Si de un solo vistazo pudiéramos vislumbrar “el gran espectáculo del mundo natural y el complejo drama de la historia humana”, lograríamos ver al mundo como una armoniosa unidad manifestando las gloriosas perfecciones de Dios.
“Aunque el mundo parezca moverse al azar”, dice Bishop, “y las circunstancias parezcan estar amontonadas de manera confusa y desordenada, no obstante, Dios ve y conoce las relaciones entre todas las causas y sus efectos , y las dirige de manera tal que hace de todas las aparentes inconsistencias e incompatibilidades una perfecta armonía. Es sumamente necesario que tengamos nuestro corazón bien fundamentado en la creencia firme y estable de esta verdad para que, suceda lo que suceda, sea bueno o malo, podamos alzar nuestros ojos al Dador de todo, a Dios. En lo que a Dios concierne, nada hay en el mundo que suceda por casualidad no contingencia. Si un amo mandare a un siervo a cierto lugar y le ordenare permanecer allí hasta cierto tiempo, y poco tiempo después mandare a otro siervo al mismo lugar, el encuentro de éstos sería casual respecto a ellos mismos, pero ordenado y previsto por el amo que las envió. Para nosotros todas las circunstancias suceden inesperadamente, pero no así para con Dios. El prevee y establece todas las eventualidades”
El salmista exclamó, “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Y el escritor de Eclesiastés dice, “Todo lo hizo hermoso en su tiempo”. En la visión que tuvo el profeta Isaías, los serafines cantaban, “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. Al ser contemplado desde el punto de vista divino, todo evento en el curso de los acontecimientos humano, en todas las edades y en todas las naciones, tiene su lugar correspondiente en el desarrollo del plan eterno, no importa cuán insignificante parezca. Cada suceso está íntimamente relacionado con causas que le preceden y ejerce una influencia cada vez más amplia a través de sus efectos, relacionándose así con todo el sistema de cosas, y ocupando su parte correspondiente en el mantenimiento del equilibrio perfecto de este mundo. Muchos ejemplos pudieran traerse a colación para demostrar que eventos de gran importancia han dependido muchas veces de lo que en otro momento parecían ser los acontecimientos más fortuitos y triviales. La interrelación y conexión que existe entre todos los acontecimientos más fortuitos y triviales. La interrelación y conexión que existe entre todos los acontecimientos es tal que si uno fuese omitido o modificado, todos los demás quedarían o modificados o anulados. De aquí la certeza de que el gobierno divino descansa en la preordinación de Dios y que abarca todos los eventos, grandes y pequeños; aunque en realidad ningún evento es pequeño. Cada evento tiene su lugar preciso en el plan divino, y algunos son mayores que otros sólo relativamente hablando. El curso de la historia, aunque muy complejo, es, sin embargo, una unidad a los ojos de Dios. Esta verdad, junto a su razón de ser, es resumida de manera muy bella en el Catecismo menor de Westminster: “Los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su voluntad, en virtud del cual ha preordinado para su propia gloria todo lo que acontece”.
El Dr. Abraham Kuyper, quien es recocido como uno de los teólogos calvinistas holandeses más destacados, nos ha dejado un válido pensamiento en el siguiente párrafo: “la determinación de la existencia de todas las cosas, esto es, lo que había de ser camelia o margarita, ruiseñor o cuervo, oveja o cerdo, y de igual manera lo que a nosotros como seres humanos respecta, la determinación de nuestras personas, si habíamos de nacer varón o hembra, rico o pobre, torpe o inteligente, blanco o negro, o aun como Abel y Caín, es la más sorprendente predestinación que se pueda concebir en el cielo o en la tierra; y la vemos ocurriendo ante nuestros ojos cada día, ya que nuestra personalidad misma está sujeta a ella, nuestra existencia, nuestra misma naturaleza, nuestra posición en la vida, dependen por completo de ella. El calvinista atribuye esta predestinación abarcadora, no al hombre, y mucho menos a una ciega fuerza natural, sino al Dios todopoderoso, creador soberano y dueño del cielo y de la tierra; y es en la figura del alfarero y el barro que las Escrituras nos presentan desde el tiempo de los profetas esta elección total. Elección en la creación, elección en la providencia, y sí elección para vida eterna; elección en la esfera de la gracia, así como en la esfera de la naturaleza”.
No podemos apreciar de manera adecuada este orden universal hasta que lo hayamos visto como un poderoso sistema mediante el cual Dios lleva a cabo sus planes. El teísmo claro y consistente de Calvino le proporcionó un sentido agudo de la infinita majestad del Todopoderoso en cuyas manos yacen todas las cosas, convirtiéndole así en firme defensor de la doctrina de la predestinación. En esta doctrina del propósito incondicional y eterno del omnisciente y omnipotente Dios, halló el plan de la historia de la caída y de la redención de la raza humana. De manera intrépida, pero con reverencia, dio el paso que le colocó en el mismo borde del precipicio donde todo el conocimiento se pierde en misterio y adoración.
La doctrina reformada, pues, no ofrece un Dios glorioso quien es el rey soberano del universo. “Su gran principio”, dice Bayne, “es la contemplación del universo de Dios revelado en Cristo. En todo lugar, en todo tiempo, de eternidad a eternidad, el calvinismo ve a Dios”. A nuestra era, con su énfasis en la democracia, no le agrada esta idea, y quizá a ninguna otra era le agradó menos. La tendencia hoy es exaltar al hombre y darle a Dios sólo una parte muy limitada en los asuntos del mundo. El Dr. A. A. Hodge ha dicho, “La nueva teología”, considerando limitada la antigua, desecha la preordinación de Jehová como mera invención escolástica y pasada de moda, desacreditada por la cultura avanzada de hoy. Esta no es la primera vez que los búhos, confundiendo la sombra de un eclipse pasajero con su noche natural, se han anticipado a gritar a las águilas, convencidos de que lo que es invisible para ellos, no puede existir”.
Este es, pues, en términos generales, el concepto de a predestinación como ha sido sostenido por los grandes teólogos de las iglesias Presbiterianas y las Reformadas.
La preordinación es enseñada de manera explícita en las Escrituras:
Hechos 4:27, 28: Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quién ungiste, Herodes, Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.
Efesios 1:5: En amor habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.
Efesios 1:11: En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad.
Romanos 8:29, 30: Porqué a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó a éstos también glorificó.
1 Corintios 2:7: Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria.
Hechos 2:23: A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole.
Hechos 13:48: Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.
Efesios 2:10: Porque somos hechura suya, creado en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Romanos 9:23: Y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria.
Salmo 139:16: Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas.
Referencia:
La Predestinación, Loraine Boettner, pag. 11-16, LIBROS DESAFIO, 1994
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